Desde hace diez años tengo la oportunidad de conocer a muchos papás y mamás en busca de “la mejor educación” para sus hijos. Vienen conmigo con sus preguntas e inquietudes y yo los escucho e intento responder a sus preguntas.
En la mayor parte de los casos vienen con bastante confusión. En muchos casos esto se debe a que los papás no están de acuerdo entre ellos: no comparten la misma visión ni los mismos valores en cuanto a qué es lo realmente importante que ellos puedan ofrecer a sus hijos. Eso les lleva a no quieran lo mismo, lo cual obviamente no ayuda. Pero casi siempre, la confusión radica en que no se hayan planteado con qué quieren equipar a sus hijos para el futuro. Piensan más en la futura carrera o trabajos y puestos posibles para ellos. Pero no han visualizado qué tipo de adulto les gustaría que llegaran a ser sus hijos y qué aptitudes y habilidades quisieran que hubieran desarrollado para entonces. Y muchas veces carecen de herramientas para llegar a un acuerdo en donde el objetivo central sea el bienestar del niño.
A esta confusión se agrega su propia programación que proviene de lo que es la norma en la sociedad, la presión de familiares, amigos y vecinos. Pero más impactante todavía, es la programación que recibieron durante su propia escolarización.
He escuchado a muchos papás decirme que saben que la escuela convencional no es lo mejor, pero sin excepción me dicen en la misma frase que “bueno, no está tan mal porque yo sobreviví”. Sí, querido lector. Lo sobreviviste. Pero quien hubieras podido ser hoy en día si hubieras tenido la oportunidad de crecer y aprender diferente, nunca lo sabrás.
Hay padres que tienen la certeza de que la educación que se ofrece en la escuela no es la adecuada para sus hijos, pero después de tantos años de su propia escolarización, no logran ver cuáles sí son buenas opciones. Esto pasa porque muchas veces están cegados por el miedo a decidir, pánico a salirse de la norma, terror de no pertenecer a la masa social.
En ciertas circunstancias, ¿no es claro que la responsabilidad de la educación de los hijos, es de la madre o el padre, de ambos o de ninguno? Algunos quieren “lo mejor para sus hijos”, siempre y cuando ésto no represente disminuir los ingresos familiares en caso de que alguno de ellos deba quedarse en casa para dedicar toda su energía a conseguir esa “mejor educación para sus hijos”. En ésta misma línea, hay ocasiones en que ninguno está dispuesto a sacrificar su tiempo para asumir ésta labor de la educación disfrazando la situación con “pago la mejor escuela de la ciudad para que mi hijo reciba lo mejor”.
Por esa razón quisiera exponer aquí lo que aprendiste en la escuela, fuera de los conocimientos académicos que imparten los maestros basándose en los planes de estudio (si es que te quedan algunos).
Aprendiste primero a no respetar tus necesidades más básicas. No puedes ir al baño cuando necesitas, ni tomar agua al tener sed. Tampoco tienes el derecho de mover tu cuerpo tal y como lo necesita, porque te tienes que quedar sentado cuando en realidad tu cuerpo está hecho para estar en movimiento casi constante. (El hecho de que la motricidad gruesa desarrolla el neocórtex, la parte racional, lógica e intelectual del cerebro, es algo que desconoce la mayoría de los maestros.) En realidad, con frecuencia hasta significa ser obligado a hacer cosas para las cuales no estás neurológicamente desarrollado: como leer, escribir y hacer matemáticas a una edad demasiado temprana.
Luego aprendiste a que tu opinión no tiene ningún valor. La persona que habla y se expresa es el maestro. Lo que piensas tú no es importante y no le interesa a nadie. Debes quedarte callado y escuchar. Aprendiste a callar esa voz interna y obedecer sin cuestionar.
Como nadie te escucha a ti, aprendes también que tú como persona no eres importante. No se valora ni lo que piensas ni lo que vienes a ofrecer en este mundo. Tu unicidad como ser humano no importa, y por ende tus talentos, tus intereses y pasiones tampoco tienen una razón de ser. Lo grave es que aprendiste a reproducir este comportamiento con tus hijos y a basarte en él para educarlos.
Lo que aprendes también es a obedecer a la maestra y hacer lo que ella te pida, te guste o no. Si no te gusta el ejercicio, porque es aburrido o porque no lo entiendes e intentas evitarlo y/o protestas, te regaña y te pone una etiqueta: no colaborativo, flojo, incapaz, difícil, retador, con actitud negativa, con déficit de atención, hiperactivo, etc.
Si tú tomas una iniciativa propia: pintas un árbol con tronco amarillo y copa rosada, vas al baño, te levantas y vas a otro lugar, o hablas con tus compañeros, también te corrige la maestra, te llama la atención y te regaña. Si tienes la capacidad de reprimir tus iniciativas y gustos e intereses propios, aprendes rápidamente a ya no tomar iniciativas ni a ser creativo. Si no tienes esa capacidad te tachan para siempre como un niño rebelde y difícil. Aprendiste a que hay una estrecha relación entre iniciativa y fracaso... el tan temido fracaso.
Aprendes que lo que haces y produces en la escuela es lo importante, no quién eres. Todo lo que sale de ti se mide y se valora a través de calificaciones. Aprendes que es muy importante tener una respuesta correcta y haces “bien” las cosas, porque las calificaciones lo son todo. Si cometes errores estarás castigado, con malas notas. Aprendiste a tener la cabeza y el corazón inmersos en la obligación, en la evaluación. Eso no te da tiempo para mirar qué hay en el futuro, o si vas a buen puerto, o por lo menos al puerto que quieres ir... y muchos se preguntarían: ¿podría escoger yo el puerto?
Aprendes que los adultos no confían en tí, que a través de los castigos y recompensas los adultos quieren controlarte y manipularte a hacer las cosas que ellos valoran. Es como si tu propia motivación intrínseca fuese inexistente, igual como tu capacidad de aprender. Y como no confían en ti, pues tú tampoco aprendes a confiar en tí.
Estas son nada más algunas cosas que aprendes en la escuela convencional, fuera de lo formalmente estipulado. Forman parte de la agenda secreta del sistema educativo, basado en los fundamentos del Industrialismo, donde nunca les interesaba enseñar algo valioso a los niños, sino formar a ciudadanos obedientes.
Ahora, si lo piensas bien, ¿crees que esto no te ha afectado en algún aspecto de tu personalidad, tu carácter o de tu vida? ¿Crees realmente que “sobreviviste” y que saliste sin daños de tu escolarización?
Yo sé que no. Pero como tú tal vez no lo sabes, te voy a contar exactamente en qué te afectó.
Lo primero que pasó es que aprendiste a no escucharte, ni a tus necesidades físicas básicas ni a las emocionales. Seguramente sabes faltarte al respeto de muchas maneras: comer demasiado aunque el cuerpo esté satisfecho, o al contrario, no comer aunque tengas hambre. No descansar y priorizar tu sueño. No moverte lo suficiente a pesar de que tu cuerpo esté gritando que necesita movimiento. Es muy probable que no desarrollaste mucho tu intuición simplemente porque nunca fue valorada, así que igual te encuentras en una relación inadecuada o en un trabajo que no te gusta, motivado por razones completamente externas a tu ser.
Esto te llevó a una pérdida bastante temprana de la auto-estima (si es que acaso la tuviste). No te sientes valioso por lo que eres sino sólo por lo que haces o produces. En general, eso está en relación directa con cómo se ve tu puesto laboral, a qué te dedicas y cuánto ganas. Si tienes un “buen puesto” y si ganas bien, entonces sí vales. Si no, no. Puede que tengas dificultades en la comunicación, pues si nunca fuiste escuchado, igual te cuesta escuchar al otro. Y tal vez por eso hablas más fuerte de lo necesario, porque quieres asegurarte de que ahora sí te escuchen.
Como no has aprendido a ser escuchado, igual te cuesta escucharte a ti mismo. No sabes lo que son tus intereses, pasiones y talentos, porque no fueron observados y valorados, y la verdad es que ni tuviste en ningún momento el tiempo de desarrollarlos. En la escuela no se pudo, y en tu tiempo libre estabas ocupado con tareas, clases extras y preparación de exámenes. Y como aprendiste a obedecer, perdiste tu propia iniciativa y creatividad, porque quien toma iniciativas y es creativo, es castigado. Mejor ni intentarlo, además, porque ya desarrollaste un pavor a equivocarte. Mejor hacer lo que sabes hacer bien. Tomar el riesgo de hacer algo desconocido es peligroso. Y así perdiste tu motivación intrínseca. Prefieres no correr el riesgo y así te vas auto-limitando en la vida, quedándote dentro de una zona de confort, cómoda pero limitante. Lo más probable es que ni sepas bien qué quieres o qué deseas de la vida. Y te preguntas ¿por qué no dejo ese trabajo que no me gusta, por qué no salgo de esa relación nociva o, por qué no me mudo y vivo mi sueño?
Claro que sí hay los que lo hemos logrado y que sí vivimos nuestros sueños. Pero no conozco a ningún adulto que no haya sido dañado de una u otra manera por el sistema educativo convencional.
Entonces, ¿qué es lo que realmente deseas para tus hijos? ¿Qué se acoplen a la sociedad tal y como está en este momento? ¿Qué tengan una “buena carrera” de la cual puedas estar orgulloso? ¿Qué obtengan puestos bien pagados para que tú puedas contar a tu familia y a tus amigos qué tan sobresalientes son tus hijos?
Tal vez todo esto no te resuene. Tal vez sí preferirías equipar a tus hijos para otro tipo de vida en el futuro. Entonces, ¿en qué necesitarías enfocarte? Te lo voy a compartir:
Necesitas empezar a confiar en la capacidad innata de tus hijos para aprender lo que necesiten para lograr una vida exitosa (sea lo que sea para ellos). Necesitas confiar en que su motivación intrínseca, no dañada por castigos y recompensas, les va a llevar adonde quieran. Necesitas examinar si realmente crees que sabes mejor que ellos, qué necesitan en sus vidas, y por qué lo crees. También necesitas observar si estás poniendo expectativas demasiado altas en su comportamiento y en sus capacidades. También necesitas cuestionar tus propias creencias y las programaciones que te llevaron a creer que “es normal que un niño de cinco años sepa leer y escribir, porque si no, nunca aprenderá”, o que “necesitan estructura para aprender y a un adulto que los supervise para que el aprendizaje suceda” .
Para concluir, necesitas cuestionar lo que realmente es importante para poder llevar una vida realmente exitosa:
¿Aprender una disciplina interna basada en una motivación intrínseca o una disciplina externa basada en castigos y recompensas?
¿Aprender a controlarse uno mismo o a ser controlado por otro?
¿Saber tomar iniciativas, resolver problemas y crear lo nuestro, o obedecer lo que dicta el jefe, el entorno y la sociedad?
¿Confiar en nosotros mismos y en nuestra capacidad o siempre necesitar recurrir a una autoridad externa?
¿Sabernos escuchar y poder satisfacer nuestras propias necesidades o intentar siempre satisfacer las de la sociedad?
¿Sentirnos plenos, felices e importantes por quienes somos o por lo que producimos?
Todas estas preguntas y cuestionamientos las tienes que hacer al elegir cuál es la “mejor educación” para tus hijos. Si no lo haces te quedarás en la confusión, porque como la mayoría, estás seguramente conflictuado entre una vocecita muy débil que te pide que la escuches y entre el miedo que grita a toda fuerza que no te salgas de la norma. Es demasiado fácil callar esa vocecita y adaptarte a las normas de la sociedad. Pero, ¿es realmente lo mejor para tus hijos?
Antes no había muchas opciones educativas fuera del sistema convencional. Dependiendo de dónde vives puedes elegir entre las pedagogías progresivas (Montessori, Waldorf, Freinet, etc.) o puedes decidir tomar el paso de apostarle a la educación sin escuela: homeschooling o educación libre y auto-dirigida. Elijas lo que elijas necesitas actualizarte y entender qué implica cada una de estas opciones.
Yo tengo mi propia opinión acerca de lo que es la “mejor educación” para los niños de este mundo, y ya dejé que mi hijo decidiera lo que él quería: auto-dirigir su aprendizaje.
He tenido que cuestionarme miles de veces, confrontarme con las programaciones del miedo a equivocarme y cometer errores graves. Pero ya superé todo eso.
Y tú, ¿qué piensas hacer?
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